domingo, 3 de agosto de 2014

Pag 24- En la habitación se escuchaban las novelas que se transmitían para la época, como "martín valiente", "kaliman", "Arandú" y algunas de Venezuela sobre mitos del llano. Eramos once hijos, seis varones y cinco mujeres, algunos ya cursaban secundaria en la ciudad de Cúcuta, mas exactamente en el Colegio INEM. Por las mañanas se escuchaban las vacas llamar a sus crías, que se apartaban para poder ordeñar a sus madres lecheras; era un mirador extraordinario, desde la ventana de la cocina a esa hora de la madrugada, ver como se organizaba cada animal a la espera de ser ordeñado y al oriente divisar una linea de sol aparecer en aquel campo de clima acogedor. Nos gustaba salir con mi hermana menor  a los potreros, en busca de nidos de guañús, un ave negra que habita en grupos y son muy organizadas, nos daba curiosidad ver esos nidos donde el grupo entero ponía sus huevos en comunidad sin importar de quien eran dichos cascarones. Cuando llovía solíamos correr descalzos por los pequeños vertederos de agua color ocre y luego ver la golondrinas juguetear por los aires como danzando alegremente. Tenía cierta afición por los caballos pero jamás tuve uno, mis hermanos mayores cabalgaban en ellos arreando el ganado a sus corrales de pastoreo y yo simplemente me quedaba soñando que algún caballo era mio. En aquel pequeño caserío había también una pequeña tienda, me encantaba su olor a Kola Hipinto, una bebida gaseosa tradicional de nuestra tierra y Kiss  el rey de los refrescos como lo decía un pequeño aviso amarillo clavado al tronco de un viejo árbol de almendro. A un costado de la tienda permanecían las bestias con sus cargas de café en grano y caraota  o fríjol negro. No faltaba el bullicio de sus clientes y el chiste jocoso de alguno de los jinetes allí acampados. Era su olor tan característico que aún hoy lo recuerdo como algo especial y propio de ese sitio, no se si era la humedad de su tierra fértil, el aroma de sus flores, sus frutales y el aire puro y fresco que lo hacían tan especial o simplemente es el amor por ese pasado tan tranquilo y pacifico traído a mi memoria y que algún juego de nuestra mente  lo aromatizara así como referente de mi mejor estancia para jamás olvidar y conservarlo tan fresco como su mismo aroma natural. Allí una simple pelota o un pequeño carro de juguete eran suficientes para armar la algarabía y disfrutar de nuestros juegos, caminos hechos con el frecuente transitar eran las grandes avenidas y todo el entorno de concreto de una ciudad era creado por nuestras mentes fantasiosas. O simplemente lanzábamos piedras  a latas vacías que colocábamos sobre algo solido y que hacíamos volar al impactarlas con la fuerza de esos cauchos estirados y empotrados en una orqueta de una rama debidamente cortada y echa a la medida. Nos entreteníamos viendo las volquetes pasar con las toneladas de piedra que llevaban hacia la fabrica de cemento que las trituraba y convertía en ese pegamento usado en grandes y pequeñas edificaciones de nuestro país.