jueves, 8 de noviembre de 2012

Pag 6 -De vez en cuando recorríamos esta ruta que para mi concepto a esa edad era muy entretenida y muy natural. Uno creía dejar Juan Frío a trecientos metros del hoy reconocido restaurante Villa Yorley que para ese entonces no era mas que un área de cactus, cují, unos arboletes llamados peracos y estoraques dando esa imagen medio desértica. Allí a esa distancia mas adentro llegaba como marcando el final una zona que llamábamos la pedregosa, nombre muy bien elegido ya que lo único que salía a la vista eran esas miles de piedras pequeñas que estaban prestas a ser utilizadas como proyectiles de alguna resortera o cauchera y la cual lanzábamos a cuanto animalito aparecía, hoy me arrepiento de haber tenido esa idea aunque tuve muy mal tino y nunca fui capaz de dar en algún blanco. Muy cerca de ahí quizás a unos quinientos metros llegábamos a un citio conocido como los arcos que era una de las maravillas que me impactaban por su arquitectura y por mantenerse intactos después de quien sabe cuantos años. Era un canal de agua construido en piedra finamente acomodadas y unidas con una mezcla de cal y arena en ocasiones me hacía la pregunta de cuantos obreros habrían trabajado en esa obra y durante cuantos años. Luego llegábamos a una granja avícola de propiedad de Don Carlos Rondón, un exmilitar creo muy firme en sus convicciones y temperamento fuerte. Al frente se encontraba una mina de carbón de propiedad de Conrado Chacón, después tuvo muchos problemas con vecinos que quisieron adueñarse y finalmente fue cerrada. Este sector se conoce con el nombre de Mira flores y es frecuentado debido a que allí se encuentra la zona de captación de agua tanto para Villa del Rosario como para el mismo Juan Frío y la cual tiene muchas dificultades cada vez que aumenta el caudal del río Táchira llevándose a su paso rocas y lodo que luego obstaculizan el servicio del preciado líquido, otra deficiencia mas de la administración municipal que nada ha podido hacer en mas de treinta años que llevo conociendo dicho problema.
A unos metros de ahí se encontraba un trapiche que administraba un señor el cual solo recuerdo su nombre
Don Antolino, tenía una casa al fondo, con unas plantas de veranera de flores color violeta y rojas que adornaban su entrada, y ese olor inconfundible de la caña de azúcar transformándose en panela, olor que se iba perdiendo a medida que avanzábamos hacia el Mesón, una especie de balneario natural que merecía habérsele construido un sitio de recreación por lo visitado cada fin de semana para refrescar los ratos de calor de la tierra cucuteña, contaba con un pozo de agua cristalina semi-estancada junto a una pared rocosa
que servían de trampolín para los visitantes. A escasos metros de allí estaba la curva del diablo que era objeto de cuentos y leyendas por parte de los habitantes de sus alrededores, seguíamos hacia agua sucia luego Casa Blanca y La Uchema, lugar donde nací y conocí mis primeras letras. Normalmente solo llegábamos a palogordo, un hermoso caserío cafetero, característico por tener caballos y bestias que trasladaban el fruto del café hacia la avenida principal para luego ser llevados hacia Cúcuta; esta cantidad de animales equinos le daban ese olor  inconfundible a la zona los fines de semana que era cuando mas se reunían cosecheros. Este recorrido desde Juan Frío se hacia en carro o un auto bus que cubría esa ruta.
Sus gentes amables compartían un café producido en esa tierra cordial y nos entretenían con cuentos de cada uno de sus ancianos, mitos que hoy ya no se escuchan y que jamás dieron tanto miedo como las noticias que ahora encabezan periódicos y canales de televisión.

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